lunes, 17 de agosto de 2009

Menos lloriquear y más profesionales, señores hosteleros

Eugenio está de veraneo en El Puerto. Lo estaba pasando fatal con el calor en Sevilla; sin duda, prefiere el invierno. Se las prometía muy felices los primeros días en el apartamento de la playa, pero llegó el Levante que todavía no se ha ido. Así que anda arrastrándose por la casa con la misma impresión de que le han tomado el pelo de aquellos que han pagado un dineral por el alquiler de un piso 15 días para pasar más calor que en el lugar del que vienen y sin poder pisar la playa por culpa de este viento que levanta la arena clavándola como alfileres.

Y a lo que íbamos. Como es costumbre, al llegar a casa le cuento a Eugenio dónde he estado. Respecto a los bares, restaurantes, chiringuitos, etc. el comentario suele ser el mismo: atienden fatal. Largo rato esperando a que nos tomen nota con los platos y vasos de los clientes anteriores encima de la mesa, otro más para que traigan las bebidas, y mucho más para la comida. Esto aderezado con la ineptitud, falta de interés y, en algunos casos, poca vergüeza de camareros estacionales.

A fuerza de contarle esto a Eugenio día tras otro, terminó creyéndome. Antes no lo hacía porque no podía comprender cómo la respuesta a la crisis de los hosteleros es empeorar el servicio hasta niveles absolutamente inadmisibles.

Eugenio lo tiene claro. El hostelero que exija a su personal que preste un servicio profesional, podrá pasar la tormenta más airoso e incluso podrá salir reforzado. Dicho y hecho. El otro día fui a desayunar con dos amigos, esta vez nos cansamos de que nos tomaran el pelo en un bar al que solemos ir habitualmente donde prestan un servicio no profesional y nos fuimos a otro, a un valor seguro. Pagamos un 50% más por el desayuno pero el servicio fue excelente, siendo la calidad aceptable. Ese sitio es un valor seguro y por eso lleva años y años abierto, no parece resentirse de la crisis y, al contrario, recoge clientes insatisfechos de otros bares que durarán muy pocas temporadas abiertos.

Eugenio se enorgullece de acertar de nuevo en sus previsiones y se alegra de no tener que ir a bares a soportar a camareros impresentables. Él es muy feliz pidiendo comida en casa, sabe que al poco de insistir en que le demos algo de jamón york, tortilla de patatas, algún pescaíto o atún, lo está disfrutando. Para qué hacer difícil lo fácil.