Tenía entendido Eugenio que es costumbre nacional alabar a cualquier persona que fallece. Sea quien sea, no importando lo que haya hecho en la vida, la norma dicta destacar todas sus virtudes, exagerarlas si es necesario, así como obviar sus defectos o los daños que haya podido producir. Gracias a esta norma se hace bueno el "siempre se van los mejores".
Por eso, durante su retiro de la Feria, le ha llamado la atención que con José Antonio Samaranch algunos no se hayan ajustado a la tradición. Como el resto del gran público, mi gato tenía a Samaranch como un señor entrañable, de quien sentirse orgulloso como embajador de España en el mundo por su longeva y excelente presidencia del Comité Olímpico Internacional. Ahí es ná.
Pero no, parece que los de la bandera tricolor inconstitucional no están lo suficientemente entretenidos con sus encierros de apoyo a Garzón y los conciertos de apología al terrorismo en la Alameda de Hércules. Para echar pestes sobre alguien tan admirado, se han dedicado a recordar que hace más de 40 años Samaranch fue falangista. Como Eugenio nació con una Constitución aprobada, en un país en Monarquía Parlamentaria y Democracia madura, no sabe muy bien si eso de ser falangista es mejor o peor que ser republicano. Se lame la patita y se frota el ojo derecho. Bosteza y anda parsimonioso para la cocina. Me da a mí que le da igual, por no decir otra cosa.
Hasta aquí sólo ha llegado lo bueno...menos mal.
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